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Primer equipo

El día que Sergio Ballesteros se quedó en Tenerife para firmar por el equipo chicharrero tras un duelo de Copa entre el Tete y el Levante

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Mejuto González decretó el final del partido de vuelta de la tercera eliminatoria de la Copa del Rey que enfrentó al Tenerife y al Levante en el Estadio Heliodoro Rodríguez López (6-1) y los jugadores del Levante marcharon hacia el vestuario con la mirada maltrecha tras despedirse de la competición del K.O. Pese a las ilusiones suscitadas, la escuadra granota no fue capaz de resguardar el gol de Guerrero en el nacimiento de la confrontación en el Ciutat. Sergio Ballesteros enfiló silencioso el camino hacia los camerinos del coliseo tinerfeño. Quizás en ese instante de la cronología ya sabía que su destino más inmediato estaba ligado a la sociedad chicharrera. El joven jugador, que respondía por Sergio en el cosmos de las alineaciones azulgranas, se acicaló después de la batalla liguera, e incluso se vistió con el chandal distintivo del Levante del ejercicio 1995-1996, pero ya no siguió al resto de la expedición levantinista en el desplazamiento de retorno hacia tierras valencianas. Sergio se quedó en Tenerife para formalizar su contratación con una entidad que atravesaba por uno de los periodos de mayor fecundidad de su relato deportivo anclado a la Primera División y con apariciones por el universo de la Copa de la UEFA.

Es evidente que el salto de calidad era mayúsculo para un neófito que trataba de derrumbar las recias murallas que daban acceso al balompié profesional. El guion no parecía deparar este tránsito tan súbito. Sergio abandonó la capital del Turia con lo puesto. No había valija, ni maleta repleta de enseres personales que permitiera presagiar ese viaje sin retorno en las jornadas precedentes al duelo de Copa. El protagonista lo ha reconocido en distintas entrevistas. Así que tuvo que improvisar con las Navidades de 1995 al acecho. “Tuve que comprar ropa para poderme cambiar. Estuve varios días en Tenerife solo hasta que pude regresar a Valencia”. No obstante, su estatus había variado en ese corto espacio de tiempo. Y de manera más que colosal. Del líder del Grupo III de la Segunda División B al paraíso del fútbol español para inscribirse en la máxima categoría.

No habría que apelar al azar o a la suerte como elementos esenciales para fundamentar este itinerario. Quizás Sergio se sintiera observado en cada uno de los partidos disputados por el Levante en la competición liguera. Su nombre estaba subrayado en rojo. Y cotizaba al alza. Sus movimientos en el interior del campo eran diseccionados de forma meticulosa desde la grada por distintos comisionados de equipos adscritos a la elite. El futuro de Sergio se asociaba al Albacete de Benito Floro o al Valladolid. Emisarios de ambos clubes se habían desplazado hasta el Ciutat precisamente en el encuentro que inauguró el ciclo de enfrentamientos entre el Levante y el Tenerife en el marco de la Copa del Rey. Así lo advirtió la prensa contemporánea.

No eran los únicos clubes interesados por las prestaciones de un poliédrico jugador con capacidad y sabiduría para resguardar la medular o para dar dos pasos hacia atrás para instalarse y atrancar el eje de la zaga. Era un jugador poderoso en el juego aéreo y con atrevimiento y distinción con el balón pegado a las botas. Tenía una zancada portentosa y una velocidad endiablada en las distancias más cortas. Hay veces en el fútbol que el físico de un jugador puede llevar hasta el engaño, aunque a veces no hay engaños, enredos o confusión cuando uno se planta en el verde y entra en contacto con el juego. Quizás fuera el caso. Detrás de aquel cuerpo de tendencia ciclópea habitaba un futbolista que parecía desentrañar y querer conocer todos los preceptos del fútbol.

No se sabe con certeza cuando nació la atracción del Tenerife, pero cuentan los mentideros que el emparejamiento entre las dos sociedades determinó que el Tenerife enviara un integrante de su cuerpo técnico para seguir las evoluciones de aquel Levante que dirigía Carlos Simón y que amenazaba con salirse de la tabla. Del entramado granota escrutado emergió sobremanera la figura de Sergio. Quizás en el partido de ida prendiera definitivamente el hechizo. Heynckes pudo juzgar a aquel joven desde la cercanía que marcó el banquillo visitante. Aquella jornada la lluvia quiso oscurecer la propuesta mostrada por el colectivo azulgrana en uno de los encuentros más distinguidos del curso, pero la luz de aquel bloque no era crepuscular. El Tenerife dobló la rodilla en el Ciutat, aunque era una eliminatoria a doble confrontación. Y las distancias entre los convidados eran sustanciosa. Sergio saltó al lienzo del Estadio Rodríguez López. Enfrente estaba Felipe Miñambres, hoy director deportivo granota. Apenas unas jornadas antes Sergio había anotado el gol del triunfo del Levante en Ontinyent (0-1). Fue, en realidad, su última contribución a la causa azulgrana en una temporada centelleante recordada por el regreso a la categoría de Plata. Su adiós fue un golpe hiriente para los seguidores levantinista. No obstante, en el feudo de El Clariano no firmó su postrer capítulo como jugador vinculado al Levante. El tiempo propiciaría una nueva y superlativa entente. Pero esa es otra historia…